martes, marzo 29, 2011

Anne, de Green Gables


Nunca he estado de acuerdo con las categorizaciones de libros por estratos: la ciencia ficción es para hombres, las novelas románticas para mujeres, los piratas para niños, las novelas históricas para adultos.

Sin embargo hay un par de excepciones que no pueden sacudirse las etiquetas porque parecen haber sido escritas para un tipo de lectores tan determinado y segmentado, que cualquier otro que se asome por entre sus páginas probablemente no va a encontrarles nada de especial.

Anne, de Green Gables (o Tejas Verdes en la traducción al español) es una de ellas. Es un clásico canadiense escrito por Lucy Maud Montgomery en 1908 y trata sobre la vida de una alocada niña de 11 años que es enviada por error a la casa de un par de hermanos maduros que deseaban adoptar un niño. Y ahí parte la historia, con la personalidad desbordante y completamente imaginativa de Anne, su habilidad única para meterse en líos y la dulce forma en que hace que cada lector se enamore de ella.

Digo es que una novela de género, porque la única comparación que se me ocurre hacerle es Mujercitas, de Louisa May Alcott. Una niña sí podría disfrutar de las historias del pirata Sandokán (sin ir más allá, yo lo hice y Emilio Salgari es uno de mis autores favoritos), pero dudo que un niño se enfrasque en libros con historias como las de las hermanas March o Anne. Pero bueno, si alguno lo ha hecho, que me lo cuente y compartimos experiencias de libros cruzados.

Anne Shirley llega por error a la vida de Matthew y Marilla Cuthbert y en realidad a la de toda la Isla del Príncipe Eduardo, que nunca podrá volver a ser la misma. Es una historia rápida de leer, muy entretenida y la protagonista es sinceramente adorable. Y además es el reflejo de sus jóvenes lectoras y también una buena forma de entender los cambios que se producen en ellas cuando crecen.

Porque no es sólo un tomo, si no que 7, en los que recorremos la vida de Anne hasta su madurez, cuando la vemos enseñarle a sus hijos lo que ella ha aprendido durante su vida. Y por eso es un libro que no deja de gustar, porque cada vez que lo leemos encontramos nuevos significados, cosas que antes nos eran veladas ahora aparecen con nuevos sentidos ante nuestros ojos.

Anne, como muchas de nosotras (sí, caí en las generalizaciones y en las exclusiones) es extremadamente soñadora, vive imaginando historias en cada uno de los rincones de los bosques que la rodean y arrastra a todas sus amigas, bastante más pragmáticas y asentadas en la tierra, con ella. Pero también es muy aguda e inteligente, y busca cumplir sus sueños con un tesón incansable.

Podría seguir tratando de describir todas las aristas que toca este maravilloso libro, pero voy a dar una opinión muy personal: este libro me encantó porque me vi en la protagonista. Lo leí cuando tenía 11 o 12 años y me identifiqué plenamente con Anne, ya que se hacía las mismas preguntas que yo, tenía mis miedos y gozaba con los libros y los placeres simples de la vida. Cuando logré conseguir el resto de la saga era ya un poco más grande, pero no importó, ya que Anne había crecido conmigo y tenía otras preguntas que hacerse, preguntas que seguían calzando con las mías.

Yo también tenía una Diana Barry, una fiel compañera a la que adoraba pero que no podía seguirme en mis sueños, y un Gilbert Blythe, compañero casi alma gemela, con el cual la relación era de amor/odio. Como ella, metí la pata un par de veces por soñar demasiado despierta e imaginaba mi futuro como una gran escritora.

Libros como este (o Mujercitas, ya que viene al caso) no tienen una gran trama o un nudo dramático que nos mantiene en vilo hasta devorar la última frase. Su encanto está en la simpleza, en los personajes entrañables y en que logran retratar la vida tal como es. No importa si son 100 o 120 años atrás, las niñas son las mismas y sus dudas e inquietudes también lo son. Lo dulce es poder encontrar las respuestas con compañeras como Anne o las hermanas March guiándote de la mano.


"Quizás, después de todo, el romance no llegaba con pompa y esplendor, como un caballero andante; quizás se revelaba en prosa. Quizás el amor se desprendía naturalmente de una hermosa amistas, como una rosa de corazón dorado que se separa del tallo" (Anne de Avonlea, p.331-332)


* publicado originalmente en Aficción (www.aficcion.cl)

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